Neuschwanstein simboliza a Alemania lo mismo que la Torre Eiffel a Francia
Este castillo bávaro representa un lugar nostálgico y de ensueño que es
visitado por millón y medio de turistas cada año, de los cuales más de
la mitad no son alemanes.
Se ve que los alemanes tenían ganas de rentabilizar la exposición
pública del Castillo de Neuschwanstein ya que, según la web del propio
castillo, a las siete semanas de la muerte del rey Luis II en 1886 abrió
sus puertas al visitante de pago. Este rey, de carácter retraído, lo
había construido como un refugio para poder alejarse de la vida pública
y, tras su muerte, acabó convertido en una atracción para un público
masivo, con más de 6.000 visitantes algunos días recorriendo unas
estancias que estaban destinadas a un solo residente.
El Castillo fue construido en el siglo XIX por Eduard Riedel y Georg
Dollmann, por encargo del rey Luis II, en una colina escarpada cerca de
Füssen en el sudoeste Baviera, en el entorno de un pintoresco paisaje de
montaña, a modo de retiro y como un homenaje al compositor Richard
Wagner. Conviene resaltar, por lo que tiene de excepcional y ejemplar,
que la construcción la pagó el rey con su fortuna personal y por medio
de préstamos, en lugar de acudir a los fondos públicos bávaros. La
construcción imita el estilo románico del siglo XIII, y en él se inspira
el Castillo de la Bella Durmiente de Disneyland.
Y es que si alguien habla de un castillo de cuento de hadas, bien
puede estar refiriéndose al de Neuschwanstein. Además de su indiscutible
belleza este castillo está rodeado de algunas curiosidades: Su
construcción duró 17 años, los que van de 1869 a 1886, y el rey Luis II,
debido a su prematura muerte, solo lo habitó 172 días. Luis II creció
en Hohenschwangau a 2 kilómetros de Neuschwanstein y desde niño soñó con
construir un palacio en la escarpada colina que veía desde su casa. El
palacio está inspirado en la música de Wagner, en especial las Sagas
Germánicas. Su diseño no corresponde a ningún arquitecto sino al afamado
escenógrafo muniqués Christian Jank.
Mundiario
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