La Santa Compaña pasa por ser una de las leyendas más arraigadas de Galicia
Entre mito y realidad, desde la Edad Media hasta la actualidad, no ha
dejado de infundir temor y respeto sobre todo entre niños y caminantes
durante la noche.
Nadie discute que a quién recibe la visita de la Santa Compaña no le
queda más de un año de vida. Y es un hecho, confirmado por quienes la
han visto, que se aparece en los cruces de caminos, particularmente a
partir de la media noche, para solicitar el alma de alguien condenado a
dejar en breve el mundo de los vivos. Su presencia viene acompañada de
un silencio sepulcral solo roto por el tintineo de una campanilla, el
desesperado aullido de los perros y la huida despavorida de los gatos,
dejando en el ambiente una neblina con olor a cirio e incienso.
Es este un mito anunciador de la muerte, muy conocido en el noroeste
peninsular, con especial arraigo en Galicia, cuyo origen se pierde en la
noche de los tiempos y muy vinculado a la proliferación de tantos
cruceiros como los que existen en esta tierra. La Santa Compaña se
define como una tenebrosa procesión de difuntos o almas en pena que,
durante la noche y formando dos filas, recorre los caminos de parroquias
y pueblos. Los miembros de la comitiva van descalzos, vestidos con
túnicas negras y tocados con capucha, cada uno con una vela encendida, y
encabezados por un mortal que porta una cruz y agua bendita.
Según la tradición, quién se tope con la Santa Compaña, podrá
librarse de que su alma sea capturada si se sube a los escalones de un
cruceiro, si es capaz de exhibir a tiempo un crucifijo en el caso de que
lo porte o trazar un círculo en el suelo y entrar en él poniéndose a
rezar con fervor y tratando de no escuchar el sonido que emite la
procesión a su paso.
Foto: El halo que deja la Santa Compaña. / José Luis López Vázquez
Mundiario
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